lunes, 19 de julio de 2010

El sospechoso


Por: Pablo Méndez

Sábado 10 de Julio en la noche, hace tremendo calor, Bárbara una vecina del conjunto de edificaciones que bordean el complejo deportivo José Martí en el Vedado se acodó en el muro de su balcón para tomar el aire fresco y deslizar su perspectiva a lo largo de la calle 5ª entre G y H, seguidamente enfocó hacía la profundidad del estadio limitado por un murallón perimetral— y con prontitud—notó un movimiento raro entre los vericuetos del graderío, entonces se esforzó en seguir husmeando y a través de la penumbra descubre a unos fisgones masturbándose. Bárbara protesta puesto que “dicha función” se ha convertido en el “tele serial” de todas las noches, no obstante, los trasgresores ignoran su reprimenda, y continúan con el “waka waka”. Entonces se exacerba el escándalo y la mujer llama a su vecino— ¡Láaazaro ya empezaron los pajusos!—este se asoma, los increpa con gritos de: — ¡tiradores descaraos!—la respuesta no se hizo esperar, y una andanada de seborucos se estrelló contra los ventanales de su vivienda. Lázaro “se engoriló”, corrió hacia el interior de su apartamento, desenfundó un machete, se lanzó escaleras abajo, cruza la calle, y se dirige al sector de muro por donde salían las piedras. Coincidentemente un patrullero dobla la esquina, lo sorprende en el lance, los policías pistola en mano salen a su encuentro, lo desarman, y Lázaro aún presa de la furia los pone al tanto de los sucesos acontecidos, mientras tanto, los guardias lograron calmarlo y al mismo tiempo le puntualizaron que no puede tomar la justicia por su mano, y en tales casos sólo debe llamar al 106. Sin embargo, durante el altercado los exhibicionistas atravesaron el terreno de pelota a toda carrera, y se confundieron con la multitud de personas que se pasean por el malecón.
Amanece, la calle está repleta de patrulleros, los criminalistas recogen muestras en una zona cerrada con cintas policiales. Por el barrio se expande la noticia de que encontraron un cadáver con múltiples heridas de arma blanca cerca del gimnasio. Bárbara y Lázaro salen al balcón, se miran, ella le comenta— ¿No te culparán a ti...?—él la interrumpe con un ademán—¡Que ni jugando insinúes tal disparate!—acto seguido llaman a la puerta, irrumpe un agente que solicita su presencia ante un oficial que lo interroga y al mismo tiempo le tranquiliza alegando que todas las evidencias demuestran que él no fue el homicida, puesto que la víctima, (un joven apuñaleado con saña por todo el cuerpo y la cabeza), había sido ultimado en otro lugar porque no se encontró rastros de sangre en el sitio, y su rigor mortis demostraba que había muerto hace más de 20 horas, además, sus documentos (que fueron hallados en las cercanías por un transeúnte) reveló la identidad de un joven de 26 años cuyos antecedentes criminales indican que posiblemente sufrió un ajuste de cuentas. Sin embargo, como anoche estuvo involucrado en un altercado con arma blanca, el procedimiento imponía recopilar sus huellas dactilares, y también tomar un muestrario de sudor de su entrepierna—del mismo modo—también debía mantenerse localizable “por si acaso”. Lázaro manifestó su inquietud, y el oficial con resolución volvió a calmarlo, afirmándole: —“Mire ciudadano, si nosotros desconfiáramos de usted, hace rato que estaría tras las rejas”—Después hubo un inusual despliegue policial por toda la zona, y un patrullero permaneció vigilante en las afueras del MINREX, por ende, se propagaron comentarios de que el muerto era “mono”, o, chiva de la policía. Bárbara, y Lázaro salen al balcón, se miran, él le comenta—Tienes la boca santa ¿cómo te imaginaste que me tomarían por sospechoso?—y ella, le contestó: —Siendo negro y con cara de delincuente… “Saque usted sus propias conclusiones”—

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