lunes, 1 de febrero de 2010

Un beso satánico que debemos borrar



Por: Pablo Méndez


En el Capitolio Nacional podemos apreciar la relevancia artística de su arquitectura, arabescos, frisos, complementos decorativos, anchurosos salones, la majestuosidad de la estatua Patria, el diamante que marca el kilometro cero de todas las carreteras cubanas, y un sinnúmero de leyendas trastrocadas en chismes, que han acaparado no pocos espacios televisivos. Sin embargo, yo que frecuento los espacios históricos de mi ciudad, ignoraba que en una de sus furnias, y agazapada entre algunos arbustos, erigieron una estatua de bronce a tamaño natural del Ángel Caído, perfil de Satanás, o el Diablo, que repulsivamente eleva su puño amenazando el cielo.
Pues resulta que tras hacer indagaciones con las empleadas de dicha estancia, me argumentaron que la citada efigie arribó a nuestro país procedente de Italia en un paquete encargado por los ejecutores del parlamento en construcción, pero nunca fue instalada, y su destino fue ubicado en el retiro de un almacén—más adelante también me señaló— “Que no sabe por orden de quién, ni cuando”—fue colocada en el lugar donde hoy por hoy se encuentra. Lo cierto es que cuando fisgué sus detalles a través de los ventanales (porque no se me permitió el acceso al área), su basamento no advierte manchas verdinegras (algo frecuente en las estatuas viejas), los bordes del enchapado de mármol están intactos y el zócalo es reciente o ha sido restaurado, además la representación es de color negro y está abrillantada (algo raro en Cuba, donde abundan los monumentos abandonados). De igual forma sería chocante que se halle tan cercana a la cámara de representantes, en cuyo recinto los constituyentes de 1940 aprobaron la invocación a Dios de la Carta Magna tal como su predecesora de 1902. Por tanto el fallo del “endemoniado directivo” que ordenó su instalación pudiera encuadrar el periodo de la operación de marras a partir de 1950, aunque cuesta creer que el Diablo no haya sido tumbado de su pedestal durante el transcurso de estos últimos 51 años, si memorizamos que en la alborada del triunfo revolucionario muchas imágenes fueron destruidas por el desenfreno de las multitudes, aludiendo entre ellas el Águila Imperial del Maine, la figura de Don Tomas Estrada Palma (primer presidente cubano), y los bustos de otros sucesores en el cargo.Asimismo confieso que mi exposición de este desagradable descubrimiento, se lo debo a la observancia del señor Luis G. Becerra cónsul de Colombia en nuestro país, que ofreció una interesante prédica en la Iglesia Metodista de 25 y K, y cuya alocución disfruté gracias a las bondades de un DVD—por el cual—fui testigo de una exposición ilustrativa de los valores cristianos y su enfrentamiento con la idolatría—señalando entre otras evidencias—como a nuestros críos les enlazan una pañoleta y les inculcan ser como un “señor” que no es representativo de ejemplaridad alguna, además, mencionó su preocupación de que existan medios comunicativos que enarbolan nombres como Juventud Rebelde, y Radio Rebelde, apelativos que incitan a la violencia—puntualizó también—nuestro deber de sumarnos a la revolución más grande de la historia, “La de Cristo”, el hombre que fungió como único mártir de su causa, puesto que resulta improbable que un líder salga ileso del lance cuando su lugar está a la cabeza de sus seguidores. También como letrado calificó la acción de levantar la mano para agredir a un congénere como un acto homicida, y mencionó a Gandhi como un paradigma de resistencia pasiva, alegando que el día que el pueblo cubano determine marchar hacía el Capitolio para demandar la imagen de Satanás y darle el mismo destino que le otorgaron Aarón y Moisés, podrán contar con su presencia—porque con dicha acción—“descorcharemos el orificio cegado, y entrarán las bendiciones del Señor, tan necesarias para este pueblo que en envés de temer comenzará a amar”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario