lunes, 26 de octubre de 2009

Carne de máquina Por: Pablo Méndez




Estrelló la vista contra los grafiti pro-gobierno que franquearon su camino, deslizó la mano a la horqueta del pantalón, y acomodó sus testículos en una suite más confortable.
Había circunvalado cuanto expendio conocía, y no se empató con una chuleta para decorar el plato de su hijo, y ahora, mientras esquivaba las porquerías de los perros y las aceras quebrantadas por árboles como auténticas superproducciones del Vedado, comprimió con orgullo el papel moneda resguardado en su bolsillo, aquel melcochado de suciedad que simbolizaba el fruto de su trabajo, masculló para sí —“Dinero lavado con sudor”—, y evidenció sin proponérselo haber reiterado una cita de su viejo, aquel luchador incansable ya almacenado en un sepulcro del barrio más tranquilo de la Habana.
Después de estirar su marcha por las pendientes, se detuvo para gastar el porcentaje de tiempo necesario ante el corredor de la muerte demarcado por las esquinas, pero al poner un pie en la calle, le atracó la angustiante sospecha de convertirse en carne de máquina.
Cuando un ballenato azul con el rótulo Yutong desarropó la vía, cruzó y se repantingó en un banco para atenuar el desgaste de suelas con un policromado de árboles; pájaros, niños correteando, turistas que dibujaban chaflanes con sus cámaras fotográficas, y en medio de aquella atmósfera advirtió como un grandulón de bronce sentado en otra bancada lo fisgoneaba dificultosamente. Lo saludó, no rebotó respuesta, y evidenció que los ladrones de sus gafas no eran meros jodedores, sino filántropos que no querían desilusionarle cuando comprobara: Que no era el único soñador, ni el único en tener pesadillas.
Se incorporó, palmeó al ex Beatle por el hombro, estimuló su odómetro pedestre a través de la diagonal del parque, y siguió vadeando obstáculos para detenerse ante el frontis de otra carnicería en cuyos mostradores sólo quedaban algunas piltrafas enchumbadas en un revoltijo de moscas. Contuvo el asco, plantó caras contra otro grafiti pro-gobierno, y trasladó su mano a la entrepierna para ejecutar el servicio habitacional demandado por sus testículos.
Nuevamente volvieron los escalofríos cuando se enfrentó al refluir del trafico, por esa tremebunda aprensión de convertirse en carne de máquina, y lo cierto es que estaba de espaldas cuando el almendrón le pasó por arriba, pero trascurrió tan rápidamente, que apenas advirtió el abrillantado destello que corre a través de la negrura del túnel, y lo más lamentable del efímero lapsus que lo transportó al barrio más tranquilo de la Habana, es no haber trasmitido a su hijo el significado de aquella frase tan reiterada por su viejo.

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