lunes, 19 de abril de 2010

Un rey puede pasar por las entrañas de un mendigo


Por: Pablo Méndez


A través del periodista foráneo Jean-Guy Allard, Granma le tiró la toalla al “buenazo” de Silvio. Sin embargo, el intercambio epistolar entre Carlos Alberto Montaner y el comprometido cantautor—hasta ese momento—no era del conocimiento de la totalidad de los lectores del órgano oficial del PCC. Asimismo las argumentaciones del citado articulista en su afán de desacreditar al señor Montaner, no estuvo basada en impugnar un enfoque sobre la realidad cubana expuesta con abundante material forense, sino de enumerar en su contra un amplio dossier de actividades subversivas y terroristas.
No obstante, yo, un cubano residente en la isla, y que por fortuna analicé íntegramente el referido intercambio, les confieso que tal arranque no me tomó por sorpresa, puesto que vilipendiar a los opositores, hoy por hoy, es una de las principales armas del régimen para combatir la disidencia, junto a los palos; las cabillas, las piedras, y las exclamaciones obscenas, y basado en ello, ejemplifico con toda seguridad, que si el “compañero” Silvio Rodríguez Domínguez decidiera romper con la dictadura, en tan solo 5 segundos éste señor se convertiría por obra y gracia de la propaganda castrista en un delincuente común; un ladrón, un pederasta, un estafador, incluso podría salir a la luz pública algún que otro plagio cometido a lo largo de su carrera.
Pero en realidad considero que Silvio no tiene remedio, se engalanó de oportunista hace mucho tiempo, y aún recuerdo su despegue—por allá—por los 60 del siglo pasado, cuando irrumpió en la pantalla de mi televisor, con su ropaje humilde, botas rusas, corte militar, y mientras entonaba las canciones y rasgaba las cuerdas de su guitarra, también inclinaba la cerviz como los guajiritos penosos.
Asimismo como personaje estrafalario que admiraba la música de los Beatles, Silvio comenzó a cobrar fama y no pasó mucho tiempo para que el comandante Papito Serguera, un “ambia culiñanga” de Fidel, lo expulsara del ICR a cajas destempladas, y por consiguiente el insignificante trovador se convirtió en un “estrallado” que no tuvo más remedio que doblegarse y derramar lágrimas sobre las faldas de Haydee Santamaría, una mujer dañada por los desmanes de la guerra, pero al mismo tiempo muy respetada por la cúpula dictatorial.
Él, junto a toda la ganga de trovadores que pretendían arribar al estrellato, sin disparar un tiro, o engrosar un historial revolucionario, se congregaron en el ya acaecido “ Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC”, (mote, que confieso, siempre me causó una sensación de formulismo junto a esa corriente mal llamada “canción protesta”), y donde forzosamente tuvieron que arrastrar sus panzas, para curarse de sus pecados, desvíos, y posibles pensamientos liberales, no obstante Silvio—ya reivindicado— también se vistió de marinero para desandar los mares, y cantar a los pescadores que también servían como espías, y al mismo tiempo trasegaban armas a otros países de la cuenca caribeña con el objetivo de exportar revoluciones.
Ahora Silvio se regodea de haber escalado a la cúspide sin haber recurrido al servilismo, algo únicamente asimilable para alguien ajeno a la realidad cubana o que resida allende a los océanos. Pero según mi experiencia acumulada durante 51 años de dictadura, le puntualizo—que eso no es verdad—puesto que son abundantes los anecdotarios de los excluidos socialmente por negarse a invadir a otros pueblos; golpear al prójimo, delatar, ejercer el voto, o criticar públicamente cualquiera de sus mandamientos. La maquinaria represiva siempre ha impuesto a los arribistas la eficiencia política, ya que si no lames botas, no asciendes—y por ello—Silvio arañó el mármol para convertirse junto a Pablito en íconos de la izquierda carnívora Latinoamericana, y de la misma forma aquel joven de estilo campechano, se convirtió de la noche a la mañana, en un oligarca socialista que se agenció una mansión en el reparto Siboney, y poco le importa la pervivencia de los niños en las covachas capitalinas, o la posibilidad de que sean aplastados por las techumbres de sus casas—porque en realidad— su arte está en función de servir a un sistema, no a los desafortunados.

La triste realidad es que el conocido cantautor pasa de 60 años, ya es un “temba”, y para los jóvenes cubanos su música forma parte del pasado, sus CD se empolvan en las disqueras, y un poco de publicidad no vendría mal para sacarlo del bache populista. Pero la solución escogida—según mi criterio—sólo le condujo al papelazo más grande de toda su vida, tal vez la lección otorgada por Carlos Alberto Montaner mediante un parsimonioso intercambio, valió la pena, o quizás en el legado Shakesperiano podrá encontrar una manera más rápida de intervenir quirúrgicamente su desfachatez “puesto que también un rey puede pasar por las entrañas de un mendigo”.

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