lunes, 3 de mayo de 2010

Martí, el ojo del canario


Por: Pablo Méndez

Después de dedicar cuantiosos recursos a manufacturar filmes sobre la revolución, batallas internacionalistas, y comedias donde el cubano se burla de sus propias desgracias, por fin aparece la imagen de Martí en tercera dimensión, y rompe ante nuestras perspectivas en una Habana del XIX espectacularmente iluminada a lo carpenteriano, con travesías angostas; pobladas de balcones, andamios, cucañas de albañilería, de humazos de café, de carretones que levantaban andanadas de salpicaduras, de boñigas aplastadas, del tasajo omnipresente, y de la mano de Fernando Pérez, aparece el niño José Julián, dibujado en su ficción como un genio temeroso, introvertido hasta la saciedad, que apenas articula palabras, pero se muestra inexpresivo ante la amistad o el resquemor hacia los abusadores, y que descubre la masturbación como otro niño cualquiera. También en su obra nos descorre la cortina del humilde hogar, poblado de hermanas, de la madre que se desvive con su primogénito en franca yuxtaposición con la hosquedad del padre, hombre afanadamente justiciero e incorruptible, pero que al mismo tiempo demanda la ayuda de su hijo para engrosar el peculio doméstico, entretanto, a lo largo del metraje, vemos como se impone la cubanía impresa en el paisaje, donde Fernando una vez más explota los elementos naturales o artificiales que se debaten en el trasfondo de la trama, (tal antecedente se enmarca en Suite Habana, donde se escuchaban los componentes de la ciudad, los martillos neumáticos, los motores de los automóviles, los gritos de una madre que llamaba a su hijo), y en esta ocasión el cántico se desparrama desde la manigua cuyo orfeón es entonado por el conjunto de las bestias más aterradoras de nuestra fauna, como los majaes; las ranas, ciempiés, alacranes, arañas peludas, y donde José Julián, disfruta de las bondades naturales del Hanabana pero también hace contacto con la brutalidad humana, los desmanes de la trata de esclavos, y la imagen agazapada entre los manglares de un pequeño fugitivo tolerando las picaduras de las abejas. Pero del mismo modo regresa el contexto habanero, su primer salario devengado en el bodegón de un peninsular, la sensibilidad artística que demanda su presencia en el teatro, y donde se deleita a hurtadillas por entre los vericuetos de las tramoyas mientras escucha el aria Casta Diva de la opera Norma de Vincenzo Bellini, cuya interpretación se imbrica con la muerte que irrumpe en el umbral de la familia. Más tarde aparecen los sucesos de Villanueva; el genocidio del cuerpo de voluntarios, la hermana rebelde, la ejecución en el garrote, el sentimiento independentista, la apostasía, la cárcel, las canteras, el martirio de los grilletes, el encuentro con el padre. De Excelente catálogo las actuaciones de Broselianda, Porto, y Rolando Brito, (no entiendo porque este ultimo siendo un actor de carácter no incorporó un acento andaluz a su personaje), y entre ellas, aunque fugases también se suman las de los actores que interpretaron al negro Tomás y al profesor Mendive. La manufactura fotográfica fue magistral, pero también hubo inconvenientes puesto que perdí parlamentos muy importantes debido a que algunos actores atropellaron desmesuradamente. Pero Fernando nos entregó algo digno sobre Martí, algo que nos separa de esas vulgaridades tan difundidas en los medios, o saturadas de prácticas sexuales—y lo más importante—divorciado del patrioterismo, la palabra revolución, y el apestado color verde olivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario