lunes, 22 de noviembre de 2010

Miedo, y Cobardía


Por: Pablo Méndez

El miedo es una angustia. La cobardía es la falta de valor. Tal vez ambas dimensiones se fusionen en el cuerpo y alma de la dirigencia cubana. Asimismo, con la excarcelación del preso de conciencia Arnaldo Ramos Lauzurique, el régimen vuelve a calmar los ánimos de todos aquellos que esperan la absolución de los 11 prisioneros restantes de la Primavera Negra del 2003 que no desean exiliarse. Sin embargo, el evento no excluye de un posible timo a los crédulos que aún confían que el presidente Raúl Castro no quebrante su palabra.
Los hermanos Fidel y Raúl, fueron revolucionarios, estuvieron presos por asaltar un cuartel, pero los favoreció la amnistía de 1955, un proceso institucional que se proponía desarmar las pasiones para que la nación volviera a su curso democrático. No obstante, tras ser liberados, además, de permitírseles desandar las calles soberanamente, no atacaron otro cuartel o desencadenaron el terrorismo de inmediato, simple y llanamente porque no encontraron seguidores, a pesar de ello, estaban conscientes de que las condiciones objetivas y subjetivas para encauzar una rebelión en la isla estaban presentes y acreditadas por la repulsa de la población a la figura de Fulgencio Batista, otro personaje con bagaje revolucionario que se había adueñado de la luneta presidencial por otro acto de violencia, en este caso un golpe de estado.
Igualmente saben que el presidio político crea un efecto secundario—fortalece el espíritu de los hombres—y en consecuencia, conmina a los penados a mantener vivo el ideario que los internó en la cárcel. Por tanto, es lógico que los hermanos Castro sientan temblar sus carnes ante el “poder de los sin poder”, ese desconcertante revolcón de pacifismo, que de golpe podría catapultarlos por los aires como ocurrió en el Campo Socialista, y la Unión Soviética sin disparase un solo escopetazo.
El resquemor que siente la dirigencia cubana a cumplimentar la liberación de los presos de conciencia, es obvio, puesto que cualquiera de los opositores que retornarán a las calles, podría convertirse en la figura política— digamos—el líder capaz de aglutinar en voz y cuerpo esa conspiración moral que se formula en las esquinas; en las guaguas, en los centros estudiantiles, en las fábricas, en las casas. Por consiguiente los Castros en su nueva faceta contrarrevolucionaria, pueden estar aterrorizados ante la posible aparición de un cabecilla que brote desde las penurias del pueblo. Pero su cobardía no les permite rectificar sus posturas y someterse a un gobierno pluralista, puesto que su mala gerencia sólo puede navegar en aguas totalitarias. Del mismo modo, los célebres hermanos están convencidos de que el tiempo que les queda de vida es muy escaso para lograr lo que no fueron capaces de conseguir durante más de 50 años. Hoy por hoy, su único propósito es el de garantizar una sucesión dinástica al estilo de los Kim—por cierto—no sabemos si el elegido llevará los apellidos Castro Espín, o, Castro Soto del Valle, la realidad es que sus maquinaciones de conducirnos a una sociedad como la norcoreana (donde los hombres arriban a la mayoría de edad sin conocer la mantequilla) no es lo que reclaman las nuevas generaciones. Nuestros jóvenes aspiran a una Cuba libre y democrática, una patria donde podamos edificar un futuro más próspero, porque la contraparte exiliada de un 10% de nuestra población ha cosechado más éxitos económicos, políticos, y sociales, que los 11 millones de presos políticos encerrados en la isla. Las evidencias los ponen contra la pared. Los Castros son unos cobardes.

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