lunes, 21 de noviembre de 2011

El seguroso metido en el cuerpo

Pablo Méndez./cubanet
— ¡Esto es una decepción!—exclamó un vecino del barrio que se sentó a mi lado en un banco del parque de 15 y 16 en el Vedado; al frente una escultura de Wilfredo Lam, a nuestras espaldas la iglesia del Carmelo, sobre nuestras cabezas las ramas de un árbol que nos cubre con su sombra.
—“Raúl fracasará con todos sus lineamientos y sus m…—profirió mirándome a los ojos—“el mejor servicio que puede prestarle a este país, es que él y Fidel se peguen un tiro”—Tras descargar su rabia; el anciano refunfuñó cuando un pájaro le cagó la camisa y depositó sobre el asiento una jaba con boniatos.
Mi interlocutor se llama Ángel, tiene más de 70 años, perteneció a las juventudes del Partido Socialista Popular; en el año 59 se enroló en el MININT; Celia Sánchez le dio un apartamento; reconoce haber dado loas a Fidel; fue uno de los que gritó paredón, participó de actos de repudio, fue a Angola; trabajó hasta su retiro, y en la ancianidad, descubrió que el socialismo por el que luchó y se jodió, es una gran estafa; pero en el barrio nadie confía en él, porque está estigmatizado de“ come candelas”, uno de los tantos, a quienes los jóvenes achacan la culpa de haber ayudado a consolidar la dictadura de Fidel Castro.
Ángel cita cosas interesantes y ejemplifica “que esto, está al joderse”; cuenta que en el año 58 el estado de opinión sobre Batista es el mismo que hoy existe contra los hermanos Castro; señala que la degradación moral no tiene límites, la corrupción es un fenómeno generalizado que ha perjudicado a la nación con daños irreversibles; el socialismo es una fábrica de delincuentes y en el capitalismo que él vivió, los policías “tildados de criminales”, respetaban al hombre trabajador con callos en las manos—“ese era nuestro carnet de identidad”— expresa.
Pero casi todos rechazan las peroratas de Ángel, un hombre desacreditado por su historia; hacen silencio cuando él llega y otros se largan del grupo; según la mayoría, es un “bota perro”, un chivato que no debe escuchar cómo la gente del barrio roba en sus centros de trabajos, en las elecciones anulan la boleta, o maquinan evasivas para no ir a las “marchas combatientes”.
Ya anciano, Ángel, logró sacarse el policía que tiene metido en el cuerpo, pero nadie le cree; lo hizo, cuando ya es un material inservible para la dictadura y una presencia incómoda para los que critican al régimen—aunque pruebe que no es seguroso—los vecinos le temen, gracias a esa toxina inoculada durante 50 años de totalitarismo que ha frenado los impulsos rebeldes del pueblo.
Mientras Ángel descarga sus desilusiones con el castrismo que ayudó a fortalecer, y cuyo sentimiento de culpabilidad lo tiene al borde del suicidio; en el parque, un grupo de niños, sanos de mente y sin la virulencia de las ideologías, sonríen, retozan con libertad y no se preocupan por que uno de sus compañeritos sea un “seguroso”, ojalá no se conviertan en máquinas.

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