lunes, 28 de noviembre de 2011

¿Democratizar la música?/

Pablo Méndez/cubanet

En su edición del miércoles 23 de noviembre, el periódico Granma publicó una columna titulada: “La vulgaridad en nuestra música: ¿una elección del “pueblo cubano”? Con la rúbrica de la doctora María Córdova, actual profesora titular del departamento de musicología del instituto Superior de Arte (ISA).
Córdova osó abordar una temática candente: su preocupación por la difusión de obras, cuya calidad artística “deja mucho que desear” y donde se proyecta el exacerbamiento de las vulgaridades, el sexo, la prostitución y la notoria inquietud por su elevada difusión en los medios cubanos.
Señala entre otras preocupaciones e interrogantes; la exclusión de los “no consultados”; cuando son premiadas obras catalogadas como: “la más popular” o “elegidas por todo el pueblo”; ejemplificando su incertidumbre con los premios “Lucas”, concurso dedicado al audio visual; donde los competidores más populares fueron escrutados con mensajes en SMS, y no, mediante una investigación profesional; pero el desasosiego de la articulista quedó encerrado en las siete partes sumergidas del iceberg, mientras la punta, donde permanecen apiñados los responsables quedó expuesta a la maquinación del lector.
Muchos comparten la postura de Córdoba. Pero si nuestra juventud siente inclinación por la música de mal gusto y chabacana; resulta evidente que, las respuestas más interesantes deben expresarlas: los Ministerios de Cultura, Educación, los intelectuales de la UNEAC y los Departamentos, Ideológico y Cultural del Comité Central del Partido Comunista.
Las creaciones musicales, con matices vulgares y exponentes del bajo mundo; “tan lucrativa como el negocio del petróleo”—según apuntó Córdova—envían un mensaje subrepticio; de que éste género ( si así, pudiera llamársele) ha emergido como un flagelo comercial, cuyos protagonistas; siempre y cuando apoyen públicamente al régimen y/o refuercen sus mítines políticos, obtienen un salvo conducto para rodar Mercedes Benz, BMW, Hummers, hacer giras al exterior, ofrecer espectáculos artísticos con costosos efectos pirotécnicos, entradas cotizadas a altos precios y dividendos para producir audio visuales que promocionen sus discos, aunque los resultados sean repugnantes.
Desafortunadamente a Córdova no le alcanzó la columna para indicar que, contrapuesto a éste derroche de millares de dólares, se revela un submundo musical donde artistas y estudiosos del arte melodioso permanecen marginados y sumergidos en la pobreza; esos jóvenes que cultivan y desarrollan la música antigua, el canto lírico y otras manifestaciones populares desechadas por el marketing , carecen en su mayoría de trajes, zapatos, para ofrecer sus conciertos y mucho menos, bolsillos para sufragar los gastos de un “video clip” que promocione su talento. Según productores consultados los costos sobrepasan los 3000 dólares.
¿Por qué hay tanto egoísmo en la cultura cubana?; donde existen potentados millonarios que ni siquiera ayudan al despegue de estas figuras jóvenes; ¿por qué los concursos dedicados a estos géneros ofrecen premios ridículos?; ¿por qué los medios no brindan mayores espacios a estas manifestaciones artísticas en horarios estelares?
La falta de rigor profesional en los análisis de la prensa especializada y el despiadado monopolio del ICRT, lastran una buena porción de culpabilidad ante el analfabetismo musical de la juventud cubana, un fenómeno preocupante para los sensibilizados con la música, que se horrorizan cuando, por ejemplo, algún comunicador llama “maestro”, al salsero Paulo FG, calificativo risible e irrespetuoso, ante la memoria de Ernesto Lecuona, Amadeo Roldán, Gonzalo Roig, Adolfo Guzmán y otras relevantes figuras de la música cubana.
Córdoba desligó las bridas de la Caja de Pandora, pero las víctimas están representadas por una juventud frustrada, ensimismada en un estrecho margen de diversión y obligada a consumir la producción mediocre de una sociedad cerrada al libre albedrío. Si nuestros jóvenes son tan tarugos y manipulables—habría que preguntarse—si esta condición, obedece a las conveniencias de un régimen que únicamente le importa su pervivencia.

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