lunes, 16 de mayo de 2011

“Lo que es bueno para General Motors, es bueno para Cuba”


Pablo Méndez

—“Los españoles nos dejaron el idioma y sus costumbres, los americanos nos dejaron sus carros”— decía un chofer sentado al volante de un Ford 59, que tras arrancarlo, su motor desgarró con un sonido metálico, soltó un escupitajo de aceite, después un bombazo anunció haber embragado la velocidad y tras el acelerón, el automóvil prorrumpió en la Calzada del Cerro envuelto en una nube negra.
El dueño, es un santiaguero llamado Raúl, uno de los tantos mecánicos cuentapropistas que se dedica a reparar “almendrones” (automóviles norteamericanos de las décadas de los años 1930, 40 y 50), que gracias a la genialidad cubana, se mantienen rodando por las calles como alternativa paralela de transporte desde hace más de medio siglo.
En el callejón de Santovenia en el municipio Cerro, despliega su taller; ensambla un polipasto estructurado con tubos y pedazos de vigas de acero, de él suspende los motores que va a reparar, cambia cajas de velocidades, diferenciales, barras de transmisión, usa medidas milimétricas para sustituir las normas en pulgadas, adaptan sistemas de frenado por discos, adecuan carburadores, bombas de petróleo, etc.
Cuba heredó una gran cantidad de automóviles estadounidenses que con el decurso del tiempo y el deterioro de las relaciones comerciales entre ambos países, sufrió el desabastecimiento de piezas de repuesto y la reposición de medios de transporte en el sector particular.
Desde los años 60 los mecánicos cubanos tuvieron que ingeniársela para mantener rodando sus “cacharritos”. Entre los innovaciones más recordadas se enumeran adaptaciones de carburadores rusos; rellenado de los metales de bielas con embases de pasta dentífrica, cambios de circuitos eléctricos de 6V por 12V, incluso, se empleó agua jabonosa como liquido hidráulico para frenos.
Otro mecánico, comenta que le adaptó a un Ford 53, el tren delantero de un automotor ruso marca “Kamaz” que encontró votado en el vertedero de la capital, dicho componente estaba nuevo y empavonado con grasa, y lo había arrojado una empresa estatal por ser un producto ocioso en sus inventarios.
Hoy por hoy el carro norteamericano entroniza las calles habaneras, y sobrevive a los embates del embargo y la pésima administración socialista. Muestra de ello, es que recientemente me tomé la curiosidad de cuantificar la cantidad de ellos que pasan por la calle Línea en el Vedado municipio Plaza, (vial de tráfico pesado, sobre todo a las 5.00 PM “hora pico”) y resultó, que de 200 automóviles que transitaron, aproximadamente 120 de ellos eran de modelos estadounidenses anteriores a 1959—¡un 60%!—además, debemos tener en cuenta que por dicha avenida circulan una buena parte de los carros de firmas extranjeras, sedes diplomáticas, etc., que en su totalidad son vehículos modernos.
Carros clásicos del siglo XX en óptimo estado, podrán encontrarse en los almacenes de Hollywood, o en las naves de cualquier coleccionista particular. Pero de remiendos para mantenerlos en funcionamiento, en Cuba existe una exposición digna de admirar, y entre ellas, recomiendo ver un limousine fúnebre convertido en micro-bus.“Mi Plimito”, “Usted también, puede tener un Buick”, “Pontiac el terror de los mecánicos”, son algunos de los dicharachos nostálgicos que aún perduran en las conversaciones de los más viejos. También se despalillan recuerdos, como los de José Luis, un anciano que frisa los 80 años, quien me mostró la amarillenta foto de un “Road Master” que tuvo en la década de los 50—“La verdad que lo americano, aunque huela a m… es americano”—me decía mientras admirábamos la foto.

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