lunes, 28 de marzo de 2011

Aventura en el Miguel Enríquez

Cuando Maritza León, se apeó de ómnibus P-1 en la Calzada de Concha y salvó el umbral del hospital Miguel Enríquez, para visitar a su hermana Nury, quien se encuentra ingresada por una descompensación diabética, quedó choqueada por el abandono de la instalación. A duras penas logró abordar uno de los dos ascensores que funcionan de un total de ocho, cuando arribó al 5º piso, tuvo que caminar a lo largo de un corredor sucio y oscurecido por la falta de luminarias. Trabajosamente logró encontrar la sala, traspasó el umbral, y estrelló la vista contra las ventanas desprovistas de cristales pero tapiadas con nylon, cartones y otras piezas reciclables. Adentro, su hermana y sobrina se preparaban para abandonar la instalación. — ¿Ya te dieron el acta?—preguntó después de saludar al resto de los pacientes, y besarlas. —Si pero no ha sido fácil… Fue una odisea pasarme los medicamentos porque no había “trocar” para ponerme en vena… —Cómo… —… ¡Ah! … También le pedí al médico que me indicara algo para la boca, la tengo pelada y siento tremendísimas molestias… ¿Y sabes que me contestó? — Qué —“Aquí no hay ná… La farmacia está en crisis”. — ¡Jesús! —…Por la incomodidad que sentía, Aleidita tuvo que ir a la shopping del Habana Libre a comprarme un bálsamo de Chostakosky, y gracias a Dios que teníamos el dinero para comprarlo. — ¿Cuánto? —Ocho CUC — ¡Ñooooo!—Maritza miró el falso techo lleno de agujeros y exclamó— ¡Por Dios, que deprimente está este lugar! — ¡Ay mi hermana!... Tú no sabes nada… Por la noche el corretaje de ratones, allá arriba, parece un mundial de atletismo. Terminaron de empacar las pertenencias, después se despidieron de Rómulo el paciente de la cama contigua, y al salir, las tres le desearon una pronta recuperación. —Que pena me da con ese hombre—comentó Nury mientras salvaban el trecho de pasillo— Tiene 57 años, tremenda neumonía y sospechas de hepatitis. Está muy malito, parece que no tiene familia, vienen muy pocos a visitarlo. Se pasa el día tirado en la cama como un animal, le traen la bandeja de comida—Si se la come bien, y si no, también—La enfermera sólo se ocupa de darle las medicinas, no le cambian las sábanas, no lo bañan… — ¡Que barbaridad! Llegaron a un hall, apretaron el botón de los ascensores, había un fuerte hedor. — ¡Que peste! — ¡Ah!...Esa es otra cosa… Los baños están tupidos, el orine se desborda, también hay grifos chorreantes… Llegó el ascensor, entraron y se apeñuscaron contra los ocupantes. Tras un campanazo las puertas se cerraron y después de abrirse se explayó el lobby. Salieron a los exteriores, aguardaron cerca de 45 minutos por un taxi estatal, no había donde sentarse, ni esperanzadores indicios de que apareciera alguno. Entonces decidieron llamar al chofer de un “almendrón” — ¿Cuánto me cobras por cinco cuadras? —Cincuenta pesos. — ¡Ño, que caro! —Imagínese señora, el gobierno subió el precio de la gasolina. — ¡Claro!, y yo que soy una mujer enferma tengo que pagarla. —Lo único que puedo hacer por usted es rebajárselo a cuarenta. —Está bien… Vamos, que ya tengo ganas de largarme de aquí— Cuando entraban al automóvil, Maritza soslayó la mirada hacia el deteriorado frontis del hospital. —Como es posible que despidan a un millón de trabajadores, con tanto trabajo por hacer.— ¡Ay mi hermana!…Donde hay que sacar gente es en el gobierno… ¡Allá arriba sobran todos!

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