lunes, 7 de marzo de 2011

¿Los ventarrones de Libia cruzarán el Atlántico?

Pablo Méndez

Mientras el dictador Al-Kaddafi se enfrenta a una revuelta popular, como consecuencia de una reacción en cadena que está haciendo saltar del poder a todas las momias del norte de África y el medio oriente. En Cuba, se ha exacerbado en los últimos días la represión contra la disidencia interna, se han hecho denuncias de golpizas, actos de repudio, detenciones. Fueron reveladas las identidades de dos agentes de la seguridad del estado que operaban dentro de las filas opositoras y tal comportamiento, sin dudas obedece a una acción preventiva del régimen.
Es un hecho. Las antemencionadas explosiones sociales se deben al descontento y cansancio que han generado en los pueblos los sistemas políticos establecidos a perpetuidad, y no, la desestabilización de una quinta columna o movimiento disidente estimulado por potencias extranjeras, como suelen justificar las corrientes izquierdistas.
El contexto cubano oferta las mismas contradicciones internas que han sacado a los inconformes para las calles en cualquier parte del mundo, y las principales consecuencias son los reajustes económicos que generaran despidos masivos, alzas de impuestos, renovaciones de seguros sociales, y como una particularidad cubana, agregamos la venidera eliminación de la cartilla de racionamiento, un lastre de 50 años de antigüedad, causado por la discapacidad de la industria agroalimentaria, cuyo monto asciende a 900 millones de dólares todos los años.
Pero el hecho de que ciudadanos insatisfechos salgan portando pancartas demandando la salida de un gobernante o criticando sus políticas no resulta un factor negativo en sociedades donde se práctica la libertad de expresión, muy al contrario, las protestas constituyen el patrón que mide el fortalecimiento de sus democracias, algo diametralmente opuesto al enfoque que dan los regímenes totalitarios como los de Libia y Cuba, donde el estado se proclama benefactor del pueblo, y cualquier protesta se traduce como un acto hostil en contra de los intereses populares.
En el castrismo, la intolerancia, resulta el principal método para conservar la imagen del estado. Autorizar a las turbas para; golpear, romper narices, levantar chichones, hematomas, ofender, empujar, apresar, hacer actos de repudio, vilipendiar a la oposición, calificándoles de agentes al servicio del imperialismo o mercenarios a sueldo, constituye una manera muy contradictoria de demostrar, que el socialismo como sistema, ha sido un éxito, y representa lo más justo y beneficioso para el hombre.
Cuando el régimen toma precauciones, es porque su élite se siente preocupada. Para nadie es un secreto que el mundo se mantiene a la expectativa del desenlace Libio. Sí Al-Kadadfi sale catapultado del poder, con seguridad, todos los ojos del mundo cruzaran el Atlántico para posarse sobre Cuba y su dictadura super-star.
No es menos cierto que el sometimiento a un totalitarismo prolongado por más de 50 años acostumbró a obedecer al pueblo cubano, y por la misma vía las escaseces se han convertido en el principal vehículo manipulador del régimen.
Para sanear la economía, la jerarquía castrista está obligada a dar un salto atrás, y muchas de las cacareadas conquistas revolucionarias pasarán a ser letra muerta en el venidero congreso del partido. Medidas que hasta ahora, sólo han sido anunciadas, pero la realidad apunta que las dificultades económicas no pueden seguir guardadas en su caja de los zapatos.
Cuando el millón y medio de trabajadores que sobran, sean puestos de patitas en la calle, los trabajadores cuentapropistas consideren que los números no crecen por los impuestos, y la cartilla de racionamiento sea cancelada sin garantizar un respaldo de ofertas. Entonces veremos, si Fidel y Raúl, también integran el Hall de fama de los derrocados por sus pueblos.

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