lunes, 10 de mayo de 2010

Al sur de Arizona


Por: Pablo Méndez
La gobernadora de Arizona Jan Brewer no hizo más que utilizar su estilográfica, y ello constituyó un detonante para las protestas por la ley de inmigrantes SB 1070, promulgada y al mismo tiempo respaldada por más del 70% de una población del estado consistente en más de 6,6 millones de habitantes—que hasta la fecha—ha estimado el numero de indocumentados que pululan por su territorio en más de 460 000.
Asimismo—por la más mínima, y razonable desconfianza—los sheriffs de Arizona podrán pedir la documentación de todos aquellos ciudadanos que levanten sospechas, y lo harán con la animosidad de garantizar la seguridad de una nación amenazada por el terrorismo.
Bueno lo cierto es que los protestantes califican la controversial ley de racista, y paradójicamente enarbolan sus pancartas en una federación que colocó por vía democrática a un afroamericano en su silla presidencial, gracias a una abrumadora mayoría de votos electorales, y cuya administración, al igual que las anteriores—hasta ahora— no ha encaminado ninguna solución al problema de la inmigración.
Pero mi enfoque colima sus coordenadas más al sur de Little Rock, hacia ese conglomerado de naciones populistas que hablan el castellano, y en fecha reciente efectuaron una cumbre para tratar problemas “netamente latinos” otorgándose la prerrogativa de excluir del selecto cónclave, nada más y nada menos, que a sus vecinos norteños de EE UU, y Canadá.
Pues contradictoriamente estas naciones, cuyos gobiernos tanto critican, y desprecian “al norte revuelto y brutal”, son los productores de estos indocumentados, y al mismo tiempo se benefician de las remesas tributadas por los “esclavos de nuevo tipo”, que aumentan cada año los guarismos de sus respectivos PBI. Sin embargo, lo más aberrante de esta historia es que las gruesas millonadas van aparar a las arcas de los gobernantes corruptos, o de igual forma son empleadas en comprar multimillonarios paquetes de armas a Irán (acérrimo enemigo de EE UU), China, y Rusia.
De la misma manera derrochan las utilidades en campañas populistas, cuyos regímenes empobrecen más a sus pueblos, y al mismo tiempo los estimulan a emigrar hacia la cultura del spanglish, donde existe un nivel de vida superior, imposible de ser alcanzado bajo estos gobiernos latinoamericanos que recurren a justificar sus desaciertos mediante formulas antiimperialistas.
Igualmente, y dentro de esta geografía, los cubanos somos humillados a diario, cuando la policía política nos obliga a identificarnos cuantas veces les venga en ganas—y sobre todo—los más victimados son los ciudadanos negros. También el estado totalitario controla a través de los CDR, y mediante un registro de direcciones el lugar donde reside cada habitante del país—es más—constantemente las autoridades realizan deportaciones a otras provincias desde la capital, y jamás he escuchado por parte de los amigos latinoamericanos una protesta para calificar de racista o excluyentes las leyes del régimen castrista.
Sin embargo, años tras años, (y pese a que estamos incluidos en la lista de naciones terroristas) más de 20 000 cubanos emigran a EE UU de forma legal, y los oficiales de inmigración no les censuran por ser esbirros, chivatos, espías, o sazonar las “caldosas” en los mítines del CDR—simple y llanamente— le abren las puertas a la libertad, algo que tampoco ha sido mencionado por nuestros hermanos latinoamericanos. Además, el gobierno del presidente Calderón, deporta a miríadas de cubanos que arriban a las costas mexicanas para salvar la frontera hacia EE UU en busca del mundo libre. Actitud que le invalida de fuerza moral para criticar la antedicha ley.
Ahora—volviendo a EE UU—considero que si un individuo llega a un hotel de Nueva York, y se registra con el nombre de Napoleón Bonaparte, y resulta prohibido solicitar su identificación para comprobarlo porque el lance viola sus libertades constitucionales—es algo que a mi modo de entender—debe analizarse.
Si en EE UU hubiera existido una ley SB 1070 en el año 2001 —me atrevo a asegurar—que cuando la Mossad depositó sobre la mesa del FBI la lista de secuestradores encabezados por Mohamed Atta, sus cuerpos de seguridad hubieran salvado miles de vidas, y los ojos del mundo no hubieran presenciado esas tremebundas imágenes del desplome del World Trade Center.

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