lunes, 2 de agosto de 2010

Cerrado


Por: Pablo Méndez

Un aviso de “cerrado” colgaba de la puerta del TRD (tiendas de recaudación de divisas para el MINFAR). Crucé San Lázaro, me senté en el parque, al mismo tiempo hojeé un periódico Granma comprado a un vendedor bohemio—entretanto, y a intervalos—levantaba la vista para valuar la revelación social de nuestra capital, a través de los transeúntes, los “almendrones” envueltos de humo, las membranas de hollín que cubren las fachadas, los contenedores rebosantes de basura, las atajeas atiborradas de suciedad. Me vuelvo una vez más hacia la puerta de la shopping, y aún persiste el cartelito de CERRADO, miro el reloj, ya son las 11:00 AM— ¿abrirá o no?— me asalta de nuevo la duda, pero de súbito un joven sale del comercio, cruza la calle y fortuitamente ocupa la vacante del banco donde me encuentro sentado, entonces aproveché la ocasión para averiguar:
— ¿La tienda va abrir?—le inquirí, y a pesar de revelar un cabreo que no brincaba un chivo, suavizó sus modales para contestarme.
—Mire puro… Mejor vaya a otro lugar, porque “allá dentro” se cayó una fase de la 220 v, los frízeres están parados; los productos están descongelándose, hay un descomunal reguero de agua por todos los pisos, y éstas son las horas en que el gerente no ha aparecido para resolver el problema— Lógicamente, capté su mensaje, doblé el periódico, y al mismo tiempo me dispuse a enderezar las rodillas, no sin antes comentarle.
—Chico, la verdad es que cuando esto lo administraba CUBALSE…
—… ¡Ay amigo!, tocó la tecla prohibida, esos eran otros tiempos. Desde que esta tienda pasó a ser jurisdicción del MINFAR, la mayoría de los trabajadores se han ido—y yo mismo—estoy a punto de largarme, porque los recursos para mantenerlas se han reducido a cero, sin embargo las exigencias se han multiplicado. El gerente de la entidad es un irresponsable a quien no le importa si este establecimiento trabaja o no, puesto que siempre llega a la hora que le da la gana, y no mueve un dedo por resolver los problemas que se van acumulando durante meses y ya son bastantes—¡Eso “allá dentro” está al garete!—Por ejemplo, los brazos hidráulicos de las puertas se rompieron y ante la imposibilidad de que la empresa los repare, los empleados tuvimos que inventar mecanismos con poleas y contrapesos hechos con pomos de agua para sustituirlos y evitar con ello las fugas de aire acondicionado—¡porque de lo contrario!—vienen los inspectores a sancionarnos y a quitarnos el horario de climatización que tenemos—¡otra cosa!—ninguno de los scanneres de las cajas registradoras trabajan, tampoco tenemos papel para imprimir, sin embargo, a los inspectores no les interesan los problemas materiales, y por encima de los inconvenientes exigen facturaciones y modelos que son imposibles de confeccionar por las carencias de materiales, por tanto, y ante tales circunstancias, las respuestas de los jefazos siempre puntean hacia los ajustes presupuestarios que les imponen desde “arriba”, y cito por ejemplo, que ellos prescindieron de los custodios del SEPSA basándose en que tales servicios requieren un monto de más de 1000 CUC mensuales por cada guardia, y contradictoriamente el salario que reciben esos empleados es de 360 pesos cubanos en “moneda nacional” equivalente a 15 míseros CUC—además — aquí en la época de CUBALSE se fumigaba sistemáticamente, y hoy por hoy, ya no se realiza el trabajo por falta de financiación, y en consecuencia los almacenes estén llenos de vectores, algo difícil de comprender, cuando las ganancias van a parar al único bolsillo que tiene el país, “el bolsillo del estado”— ayer mismo—yo estaba colocando productos dentro de una nevera, y las cucarachas me caminaron por entre los dedos…—¡esto es un asco!—
Y le creí—aunque el joven sospechó que lo tildé de exagerado—puesto que me mantuve callado durante todo el tiempo que duró la perorata—lo cierto es que para mí—el brillo que desprendieron sus ojos fue el mejor polígrafo para comprobar la veracidad de su narración.Me incorporé, le agradecí la sinceridad con que me informó de la debacle escondida tras los mostradores de las tiendas TRD Caribe, crucé la diagonal del parque para llegar a la calle Jovellar, y dirigirme a otros establecimientos donde—al menos—pueda remover productos dentro de los frízeres sin correr el riesgo de que las cucarachas trepen por mis manos.

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