lunes, 9 de noviembre de 2009

Buscando satisfacción teatral Por: Pablo Méndez




Por mi devoción a Shakespeare le estuve cazando la pelea a la proyección de El Rey Lear de Kozintsev. Pero la sala de video del Charlot está en remodelación, y se me escapó ese “enano” a matar desde la década del 80.
Podría quemar esa pasión franqueando la puerta de cualquier teatro, sentarme en su platea, mirar con nostalgia su proscenio y transmutarlo a un páramo mágico que en tiempos pretéritos poblé cegado por la furia de los cenitales—Para desde él—retrotraerme a esos años, cuando exporté sentimientos al público engastándome en personajes que me obligaron a incorporar otra psicología encadenada por un envoltorio de conflictos, y trasladada a otra contextura. Con pasión oprimiría la mano de mi esposa—también actriz, las bambalinas nos unieron—y juntos traspiraríamos bajo el irradiado de luces un sentido de realidad capaz de hacernos inhalar nuevamente el polvo de los telones, el aromático dulzor de los camerinos, el acre olor del vestuario que se edulcora con maquillaje, y entre actos, acariciaríamos la ramita de ciprés tomada por ella de un pequeño boscaje que custodia la tumba de Sir Chaplin—nuestro actor preferido—allá en la Federación Suiza, cuando viajó a exponer el arte cubano como integrante de una embajada teatral.
Sin embargo, tal deleite se ha esfumado— Señores, yo no soy puritano, ¡pero quiero ver teatro!— ¿Cuál es la razón por la que tenemos que espantarnos un show de stripper en una sala teatral? Además mi esposa no tiene porque tolerar que yo fisgonee las trompas de Falopio a una actriz que levanta la pierna. Ni yo admitiría que ella dimensione con cinta métrica el miembro de un actor. Tal experiencia la sufrimos en la puesta “La Celestina”, exhibida en el Trianón hace algunos años. Recuerdo que al concluir el primer acto le comenté: — ¡Vámonos pal c…. que en cualquier momento nos meten un cañonazo de esperma en la cabeza!— Por cierto reconozco que la puesta de Carlos Díaz fue excelente, sus actuaciones impecables, pero no me cuadraron el morbo y el público personado en la sala, por ende, esperaremos con paciencia que difundan los clubes Go-Go en Cuba para retornar a las lunetas—Una cosa es parodiar un híbrido de verbo retortijado Grotowsky, y otra el relajo—
Ahora nos refugiamos en el Gran Teatro de La Habana, donde por cierto se acaba de presentar “La corte del Faraón”, opereta de Vicente Lledó, cuya dirección artística y puesta en escena corrió a cargo del experimentado Humberto Lara, trama refrescada con ráfagas de “morcillas” de la cotidianeidad (algo corriente en el género, donde también el director orquestal participa como un actor más). Y tras un impactante estreno pudo repletar con varios telonazos la espaciosa sala (algo sólo visto cuando irrumpe el Ballet Nacional de Cuba), envolviendo en su proceso un conjunto de voces impostadas con blancas, desarrollo actoral, diseños de buen gusto, y con ello, también la resurrección del teatro Lirico, ahora trasfundido con jóvenes figuras de la escuela de canto lírico, que pronto hará antesala al mismo nivel de calidad disfrutado en épocas lejanas. También debo mencionar la excelencia de los serafines de la coral, y el desempeño del ballet de Lizt Alfonso que acaparó prolongados aplausos por su indispensable exhibición.Y antes de cerrar el link, quiero dirigirme a los chicos de la UCI que nos monitorean por internet. Les recomiendo hacer una visita al Gran Teatro. Puedo a asegurarles de antemano, el disfrute de esta manifestación poco difundida en nuestros medios. Además, podrán juzgar, y al mismo tiempo hacer un crítico paralelismo con el rap, y el reggaetón—Se lo aconsejo como si fueran mis hijos—

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