lunes, 2 de noviembre de 2009

Revolución versus time to change Por: Pablo Méndez




El concierto coincidió con el ochenta aniversario de la vieja. Toda la familia se apretujó ante el televisor. La primera botella de Havana Club cedió paso a la otra. La prole entonó el “Felicidades en tu día”. Mi viejuca apagó las velas con un extinguidor de CO2 (ella es muy escrupulosa, y con el soplado de tantas velas temía lanzarle un escupitajo al cake), y en la praxis, limpiamos con la lengua los platillos rebosantes de pastel, ensalada, y croquetas de bajo calibre.
Las estrellas del concierto “Paz sin fronteras” desfilaron por el proscenio y Olga Tañón tras derrochar torrentes de carisma, soltó riendas a su catarsis para gritar en spanglish: — ¡Is time to change!—Al instante mi madre se volvió para preguntarme— ¿Qué dijo?— le respondí— Viva la revolución—y repostó el chiste con otra exclamación de: — ¡Coño, que raro sonó! —, al tiempo que atronaron las carcajadas de los presentes con tanta espontaneidad—que reflexioné—porque amén de la jodedera, también descubrí que en vez de contradicciones había ciertas similitudes en dichas expresiones.
Tras el último trompetazo del concierto, le di un besote a mi madre, y me ajusté a las bondades de la línea recta para franquear el centro de la plaza y retornar a mi casa. Entretanto observé como la reluctancia del color blanco aún predominaba sobre la superficie de aquella explanada donde millares de bolsas de compras, y pomos plásticos, revoloteaban estimuladas por el viento. Sin embargo, mientras caminaba brotaron a mis pies incontables cadáveres de arañas peludas que yacían sobre el asfalto como víctimas colaterales del lance cultural.
El lunes me desperté temprano para escribir, me desayuné con café light, y como una rutina establecida por Monterroso, miré hacia la butaca y comprobé como el dinosaurio seguía sentado ahí. Entonces busqué los espacios abiertos de la calle por donde detonaban discursos y polémicas sobre el evento, y tuve la oportunidad de intervenir en algunos de ellos. Más tarde enchufé el TV, y a los pocos segundos Juan Formell (nuestro ícono de la adicción) asomó a través de un spot oficialista para balbucearnos en nuestras caras— ¡se hizo, se hizo!—
Tan pronto comenzaron a llegar informaciones desde la rivera miamense, pude acaparar un video del canal Mega, donde irrumpieron María Elvira y otros colegas para asegurar que Juanes fue el primero en exclamar en la plaza de la revolución —¡Libertad!, ¡Una sola familia cubana!, y ¡Viva Cuba libre!—, (lo cierto, es que yo ignoraba ese record del conocido eslogan de nuestros mambises), y en el decurso del programa, Fernando Del Rincón, (enviado especial de dicho canal) me cruzó, cuando delineó el perfil psicológico del cubano en tan sólo cinco horas—¡incluso!—encontró muchachos que ignoraban la existencia de Juanes, y Bosé. Supongo que no se halla topado con los mismos jodedores, que allá en Bariay, quisieron tomarme el pelo cuando pregunté: ¿dónde desembarcó Colón?, y me devolvieron un: ¿quién es él?
Bueno, entonces decidí husmear el DRAE por la comezón del día anterior, y encontré que la palabra “Revolución” esta asociada, entre otros conceptos, al cambio radical en instituciones políticas, económicas, y sociales de una nación, sin embargo, la palabra “Cambio” en su repertorio, es identificada más bien, para trueques de monedas, cambios de velocidad, etc. — ¡Muy señores míos! No quisiera imaginarme lo que hubiera sucedido si Olga Tañón hubiera sentenciado ante el publico comprimido en la plaza— ¡Is time to revolution!— ¡Bueno de entrada les aseguro que sus discos en vez de ser chapurreados con cilindro, los hubieran reventado con bombazos nucleares!
Tras la revelación, me embullé y busqué la palabra “Paz” y halle como término más ajustable a los propósitos del señor Juanes: El de sosiego y buena correspondencia de unas personas con otras, especialmente entre familias.
Empuñé mi cepillo dental, me incliné ante el espejo del baño donde asomó un tarajallú que se parecía a mi, y le pregunté—Chico, ¿cuál fue el logro de Paz sin fronteras?—y me sorprendí cuando el tipo me respondió— ¡Qué logro ni que ocho cuartos! Si las imágenes brotadas desde el otro ventrículo de la familia cubana fue de injurias, destrucción de discos en las calles, confrontaciones televisivas, y aseguraría que el señor Castro, (el principal culpable de este desmenuzamiento familiar), estaría desternillándose de la risa, y disfrutando del show, mientras exclamaría a sus acólitos:— ¡Miren como los tengo, fajaos como perros y gatos!— A la sazón, acepté el enfoque del intruso, elevé el pulgar para manifestárselo, y el tipo asumiendo la confianza que nadie le otorgó, usó mi dentífrico para cepillarse la boca.
A mí entender, y discrepando de la opinión del ente reflejado en el azogue. El concierto aportó sus pros, y contras, como todas las creaciones donde se involucra la mano del hombre. Y citaría como positivas: El lanzamiento al estrellato mundial de la talentosa Cucu Diamante. También agrego la prolongación por más de 30 segundos (nuevo record olímpico) de la congresista Ileana Ross en la pantalla de Cubavisión. Y además, embuto en el referido ajiaco, a nuestra juventud—que en proporción de 9 a 10—ansían emigrar para lograr un futuro más decoroso, y en esta ocasión, saboreó el derribo de rejas para procurarse mejor situación.
Los contras, están circunscritos a las finadas arañas peludas, y aprovecho la ocasión para denunciar a los organizadores del evento ante las sociedades de protección animal por la matanza de tales alimañas. Y también sugiero a las personas que desbocaron sus pasiones aplastando discos en la calle 8, que su conducta, sólo descorrió una imagen asociada al totalitarismo—memoricemos las quemas de libros en las calles berlinesas—y creo que con tales desenfrenos, están serviciando más a la dictadura, que exponiendo sus razones.
Y para concluir, cito que el gobierno cubano se libró de— ¡tremendo papelazo!—gracias a no surgir un gilipollas que regara “la bola” de encontrarse fondeada en el malecón una flotilla de embarcaciones con destino a Miami—porque de seguro—el trío de Juanes, Bosé y Tañón se hubieran quedado sin público, mientras Formell, hubiera asomado para balbucear — ¡Se escaparon, se escaparon!—

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