lunes, 1 de marzo de 2010

Chovinismo humanitario


Por: Pablo Méndez

Cuando el sismo de 7.2 grados en la escala Richter sacudió a Port-au-Prince, las imágenes de los telerreceptores proyectaron escombreras, incendios, cadáveres mutilados, pavor en los sobrevivientes, y un desconcertado presidente que posaba sus manos en la cabeza, y apenas articulaba palabras ante el cúmulo de reporteros que le atosigaban con preguntas, entretanto, los telespectadores sentíamos como propia, la angustia de miles y miles de haitianos atrapados bajos los derribos, y cuyas esperanzas estaba enmarcada en los contingentes de rescatistas que tocarían en las próximas horas el aeropuerto Toussain Louverture. Asimismo nuestros colaboradores, se concentraron en un hospital que resistió el furor del siniestro, y con prontitud acarrearon antisépticos, instrumental quirúrgico, y adecuándose a las condicionales dejadas por el desastre, prestaron auxilios a todas las victimas que lograron alcanzar el umbral de la policlínica—y únicamente cesó el laboreo—cuando irrumpió la noche, y los médicos quedaron a la merced de la oscuridad; el hedor de la muerte, las réplicas que hicieron trepidar las paredes, las exhalaciones de los moribundos, más el acecho de los saqueadores, y criminales que habían escapado por entre las resquebrajaduras de las prisiones.
Con posterioridad, los enviados de Cubavisión abordaron la zona de desastre y comenzaron a cubrir el trabajo de nuestros galenos, y seguidamente los cámaras empezaron a dislocarse por la ciudad, para enfocar las ruinas del palacio de gobierno; las escombreras, los cadáveres insepultos, el desorden, la anarquía, el hambre— ¡pero ipso facto!—las lentillas olvidaron los médicos, los pacientes, los damnificados, y sólo se dispusieron a cubrir las columnas de soldados norteamericanos que se desplegaban para establecer el orden, mientras tanto, un destacamento de cascos azules dispersaba a un grupo de haitianos que perturbaron el trasiego de la ayuda, y pronto los corresponsales notificaron que los represores fueron soldados norteamericanos. En el aeropuerto las operaciones debieron ser ajustadas por la intensidad del tráfico, sin embargo, las aeronaves no podían aterrizar por culpa de los norteamericanos. Los haitianos manifestaban tener hambre, pero los alimentos no llegaban por regulaciones de los norteamericanos. El gobierno haitiano no se pronunció al respecto— ¡y ya nuestros reporteros pregonaban una intervención norteamericana!—
Luego de agotarse el tema con los americanos, arremetieron con descargas de chovinismo, y sus embestidas se volcaron sobre un médico chileno que achicaron como un pendejo, puesto que por razones de seguridad, no pernoctaba en el hospital como lo hacían los corajudos cubanos. Del mismo modo, la CNN recibió una andanada de críticas tras identificar erróneamente a un galeno cubano como si fuera español, y por otra parte, los noticiarios de Cubavisión, apenas dieron cobertura a los salvamentos ejecutados por rescatistas y practicantes de otros países. Lo cierto es que la prensa acreditada en el lugar del siniestro hizo un flaco honor a ese slogan de: “Revolución es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad, y heroísmo”. Por tanto, reconozco que sentí orgullo de nuestros médicos—pero confieso—que me causó decepción y deseos de vomitar, la politiquería desplegada por los medios a costa del sufrimiento haitiano.

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