lunes, 29 de marzo de 2010

¡Joder!, otra vez España


Por: Pablo Méndez

Tal vez algunos legislativos españoles no recuerden aquel 23 de febrero e 1981, cuando el teniente coronel Tejero irrumpió en el parlamento acompañado de 200 guardias civiles, y pistola en mano gritó— ¡Que se sienten coño!—Claramente, la entelequia de Franco merodeaba con recelo la incipiente democracia española, sin embargo, el rey Don Juan Carlos (que compadeció de completo uniforme ante las cámaras de TV ), resolvió apoyar la instauración de un estado de derecho, cuya firmeza desarmó las pasiones de aquella reluctancia franquista que pretendía dar otro vuelco hacia la dictadura.
Sin embargo transcurridos 29 años de aquel hecho, el parlamento español—por supuesto—gozando de las supremas bondades de una democracia consolidada, y sin albergar el más mínimo temor a que otro clon de Tejero invada el hemiciclo donde legislan sus honorables diputados. Paradójicamente se ha empeñado en oxigenar a otra dictadura tan cruenta como la que padecieron durante 35 años—y mediante votación mayoritaria—su congregación se contrapuso a la sanción del parlamento europeo que condenó al régimen castrista por la muerte del preso político Orlando Zapata, y por conducto del acuerdo evidentemente desarropa su negativa a reconocer las fragantes violaciones a los derechos humanos en la isla caribeña, sin embargo, lo más repulsivo de la actividad circense, es que para congraciarse y agradar a las orejas dictatoriales de la Habana reiteraron su censura al embargo norteamericano.
Lo cierto es que la madre patria—a través de su parlamento—tratan a los cubanos como sus hijos bastardos, y recobrando su otrora calidad de metrópoli, exterioriza sus esfuerzos en personificar nuevamente al represor Valeriano Weyler, en la morfología violenta de los hermanos Castro, no obstante, los traseros gordos de la política española persisten en mantener su errabunda estrategia de apoyar al más fuerte, y atisban a la disidencia defensora de los derechos humanos, como una dotación de negros apestosos que provee de caña al trapiche mientras sus espaldas reciben los cuerazos del mayoral.
A pesar de lo sucedido, vale la pena recordarles a esos señores que ofrecieron sus votos a favor de la dictadura y pretenden fisurar la compactada decisión de los eurodiputados. Que a los opositores cubanos no les es indispensable franquear la balaustrada de la embajada española en la avenida de Las Misiones, para ser recibidos por su canciller—aunque pecaríamos de petulantes—sino reconociéramos sus gestiones por obtener la clemencia de la dictadura, y lograr la excarcelación de algunos presos de conciencia aquejados de enfermedades mientras cumplen largas condenas por demandar, el respeto a los derechos humanos, la libre expresión, y la transición a un estado de derecho como hizo en vida el finado recluso político Orlando Zapata.
Si la política exterior del país ibérico prosigue esforzándose en colocar la media suela de su zapato en la divisoria que marca la frontera de la dictadura castrista, y la expectante Cuba democrática, tendrá que atenerse a las consecuencias de que surjan sentimientos anti—España, y en un futuro germine una fuerza política que formule cortar de un solo machetazo ese cordón umbilical que tanto daño nos ha hecho.

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