lunes, 1 de marzo de 2010

Rescatistas del Socialismo, SA (primera parte)


Por: Pablo Méndez

En el periódico Granma, órgano oficial del PCC, todos los viernes de cada semana podemos acceder al espacio “Cartas a la Dirección”, donde son publicadas llamadas telefónicas, epístolas, y mensajes electrónicos, de todos los ciudadanos que pretenden mejorar la sociedad socialista, exponiendo quejas, respuestas, y opiniones—“con la que podemos estar de acuerdo o no”—según puntualiza el encabezado de sendas páginas donde se manifiesta “la diversidad de criterios” en los temas abordados.
Asimismo el pasado 20 de noviembre del 2009, el señor Cuesta Tapia, ingeniero civil que cumple misión en Sudáfrica, y es militante del PCC. Manifestó enconadas críticas al “paternalismo”, y al mismo tiempo propuso “privatizar la gastronomía” con el objetivo de aliviar la gestión estatal, combatir el robo, el desvío de recursos, y el enriquecimiento ilícito de los trabajadores del sector. Posteriormente el médico Palacios Álvarez apoyó su propuesta, basándose en una experiencia personal de cuando viajó a Europa del Este en la década de los 70, y acto seguido, el señor Ochoa del Rio formuló una apelación al lenguaje constructivo de la crítica y el debate. Por consiguiente, tal proposición, ha desbocado una diarrea de opiniones, tanto a favor; como en contra, ambiguas, o extremistas, a lo reggaetón, o rock metal— como les quieran llamar—pero todas circulantes en un solo sentido— como un semiconductor cotejaría yo— donde el socialismo campea sobre el paraíso terrenal— ¡y por supuesto!—el Capitalismo es el infierno.
No obstante emitiré mi articulario moldeando un bloque de opiniones callejeras que organicé como una narración cronológica a contracorriente, y les anticipo que establezco esta exposición con la praxis de la VOX PÓPULI (voz del pueblo) que ha sufrido los indigestos del socialismo durante 51 años, por tanto, actuaré como un vocero más—si se le puede llamar así— de los que hoy por hoy soportan los eslóganes y consignas impugnados por los números.
Cuando triunfó la revolución, el comercio minorista era privado. En el país se producía una amplia gama de refrescos, cervezas, comestibles, rones, artículos de consumo, ropas, y zapatos que proponían a la población una amplia oferta. También se expandieron muchos “chinchales” o “timbiriches” como popularmente se le llamaban a todas esas carpinterías, fundiciones, lecherías, paileras, dulcerías, talleres de mecánica, panaderías, y pequeñas industrias que proporcionaban un sinnúmero de empleos y prestaban servicios a la población con honestidad, y cuyo principio les garantizaba el éxito del negocio. Sus gerentes, sin apenas tener nociones de mercadotecnia, lucharon exasperadamente por mantener su clientela—y para ilustrarlo—cito como ejemplo que usted podía llamar a la trastienda de una bodega después del cierre, solicitaba 5 centavos de sal, y era servido sin percibir el sinsabor de un trato a regañadientes. Sin embargo, aquellos trabajadores barbiluengos, de boinas negras y alpargatas, no eran ricos y en su mayoría tuvieron que pedir prestado para retornar a su natal Galicia.
Por otra parte el estado había expropiado las industrias de mayor calibre, y el deterioro de la calidad en las ofertas comenzó a desarroparse progresivamente, no obstante, el Socialismo aún estaba en probetas, y todos miraban hacía el futuro, hacia el ensueño donde los hombres alcanzarían un nivel científico y de conciencia tal que serían redimidos del angustiante “trabajo fuerte”, puesto que el colectivismo cubriría sus necesidades, y al mismo tiempo les colmarían de modestos lujos—¡a partes iguales, por supuesto!—Aquella cúspide, llamada Comunismo—sería como un “Paraíso sin Dios”, y la irreligión nos proveería de un boleto hacía el progreso, al tiempo que la cruz que martirizó Jesús de Nazaret y simbólicamente se encumbraba en la cúpula de los templos, sería trastrocada por una indistinta hoz y martillo que también cegó la vida de millones de infelices.
Pero los cabecillas revolucionarios actuaron maquiavélicamente, se enfrentaron a EE UU, al tiempo que astutamente se fusionaron con su rival Soviética, y tras saciar sus apetitos de confrontaciones lograron consolidarse en el poder. Entonces se imponía liquidar las remanencias del viejo sistema, puesto que era dubitativa la superioridad del Socialismo, y por tanto, se atribuyeron la confiscación de toda la infraestructura comercial, y de pequeña industria heredadas desde la colonia. Urgía borrar todo vestigio de mercantilismo burgués, por consiguiente también derribaron las vallas publicitarias de los bulevares, y todos los anuncios de la Standard Oil, Coca-Cola, Pepsi, General Motors, etc. Aquella operación se nombró “Ofensiva Revolucionaria del 68” y muchos de los que consagraron su vida para establecer y mantener un negocito por medio de un laboreo decente, fueron precisados a rodear sus cuellos con una soga.
A pesar de todo, en aquellos tiempos el embargo norteamericano no representaba una coartada para las escolleras, Cuba Revolucionaria sería capaz de convertirse en el primer exportador de café mundial acordonando su capital con hectáreas y hectáreas de una variedad desconocida. Produciríamos tanta leche que su volumen sería comparable con la bahía habanera. Rebozaríamos el mercado mundial con más y mejores quesos que los franceses. Los Diez Millones de toneladas de azúcar saldrían de nuestros centrales sin una libra de menos, y la vaquita Matilda iría y vendría por los potreros. Metas inalcanzables donde los reveces se convertían en hipotéticas victorias. Entretanto, en el interior de los bolsillos seguían amontonándose los pesos— ¡claro, no había en qué gastarlos!—y con espontaneidad reventó la “Danza de los millones”, la ley seca, el juego ilícito, los cigarrillos “tupamaros”, y por entre las balaustradas de las ciudadelas surgió la “Gualfarina” (aguardiente furtivo, cuyo proceso utilizó como levadura el excremento de los bebés)…
—Continuará—

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